martes, 7 de mayo de 2013

La Piedra de Huixtla



LA PIEDRA DE HUIXTLA

Autor David Gómez Salas

¿Qué vamos hacer?, me preguntó Ixchel.

No sé, contesté en el momento que hallamos tres cofres llenos con piezas de oro. Cada pieza era una maravilla y todas eran diferentes. Eran de oro puro proveniente de Perú. 

Era el oro que tres años antes el cacique Comagre.de Panamá, había entregado a trescientos aventureros españoles que mantenían aterrorizada aquella población. Les ofreció una fortuna a cambio de que abandonarán sus territorios y no se robarán ninguna mujer. Los aventureros aceptaron el trato y se fueron rumbo al norte. 

Aproximadamente un año después los aventureros españoles arribaron a nuestro territorio, hermoso sitio que Chaac (Dios del agua) ha profetizado se llamará Huixtla, porque abundan las espinas. Para nuestra desgracia,  establecieron aquí su residencia. 

Los aventureros españoles eran despiadados y fieros para el combate, por eso los indios huimos a los pantanos, les dejamos las mejores tierras, los ríos más limpios, lo mejor. Pero no se conformaron, vinieron también a la costa, querían todo. 

Después de dos largos años, por fin nos organizamos para hacerles frente, cuando ya teníamos preparadas las trampas en todo el pantano y aguardábamos sus ataques; estos, no sucedieron. 

Ya quedan pocos, nos dijeron nuestros exploradores a su regreso. Los que quedan vivos están débiles, amarillos y huesudos. Se están muriendo solos. Fuimos al campamento español y solo encontramos los muertos y el oro.

Finalmente dije a Ixchel y los demás: Los dioses los trajeron, los dioses se los llevaron. Las enfermedades, las plantas malas, los moscos, arañas, serpientes, gatos salvajes y todos los seres vivos de la selva y pantanos, los derrotaron. La tierra hizo lo que no hicimos nosotros, así que daremos el oro a la tierra.

Y cargamos el oro hasta el pantano y ahí lo enterramos. 

Después, en la parte alta del cerro grande hicimos una pila enorme de piedras en honor de los dioses, en donde quemamos los cuerpos de los malvados españoles con el fuego divino. El calor fundió las piedras, formando una sola, de 120 metros de alto y 160 metros de diámetro en la parte baja.

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