domingo, 21 de diciembre de 2014

Vasallos del diablo

Vasallos del diablo
Autor David Gómez Salas

Diputados y senadores,
(de los más malditos, hablo)
con corazón y mente de guijarro
elaboraron leyes para el diablo.

Se forjaron millonarios
frívolos y estrafalarios.
Viajaron con lujos por el mundo
sin olvidar sus traiciones un segundo.

Vivieron ante sí mismos
un suplicio.
La historia los enterró
en un abismo
por la perfidia de
denigrarse ellos mismos

El demonio se adueñó de sus almas
y quedaron como vasallos a su servicio.
A sus hijos condenó y dijo:
Despilfarradores, será su eterno oficio.

© David Gómez Salas

domingo, 14 de diciembre de 2014

Mujer angelical

Mujer angelical
Autor David Gómez Salas

Eres brisa perenne
y aura que alienta
mi espíritu aventurero
creador de tormentas
y explorador de lo sincero

Eres fuerza de mis fuerzas,
delicada flor
germen de ternura.

Eres Ilusión en mi  realidad,
inspiración de mi sensibilidad,
rebeldía y  bravura.

Es por  tu alma pura
que pesar de los pesares
creo en la humanidad

Ahhhhh (suspiro)...
mujer angelical
soplo de mi libertad.

jueves, 4 de diciembre de 2014

El Diablo no existe
Autor David Gómez Salas
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Una vez...  cuando tenía 13 años, en cinco o seis ocasiones, me reuní con dos  amigos para ir al panteón municipal a las doce de la noche y jugar a que éramos valientes.   El panteón tenía en su interior calles angostas y algunas lámparas que proporcionaban una iluminación baja, apenas   suficiente para poder caminar por esas callejuelas. El resto del panteón era obscuro.
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El juego consistía en que uno de nosotros debía saltar al interior del panteón y los dos restantes  permanecer  en el exterior, sobre la barda del límite del terreno. Desde ahí podían ver si el que estaba dentro del panteón mostraba miedo en algún momento del juego. Esta vez me tocó la suerte de ser el que debía entrar al panteón.
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Siguiendo las reglas del juego, salté al interior del panteón caminé lentamente más o menos una distancia de 30 metros hasta llegar a una capilla negra que destacaba por ser la única de ese color en todo el panteón. La mayoría de las capillas y losas eran color blanco o ligeramente gris.  Existían algunas  capillas con  adornos color oro, plata, azul o rosa.  La capilla seleccionada era totalmente negra, no tenía ni siquiera una línea de otro color, poseía una apariencia muy macabra. 
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Al llegar a la Capilla negra, me paré dando la espalda a mis compañeros y esperé a que fueran exactamente las doce de la noche. A esa hora escuché las campanadas de la iglesia San Roque, y   terminar el último repique grite: tres veces :
--!Diabloooo, ven!
--¡Diabloooo, ven!
--¡Diabloooo, ven! 
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Tuve que  gritar muy fuerte para que mis gritos pudieran ser escuchados por los amigos que me observaban fuera del panteón.  Eran las reglas del juego.
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Después de gritar, giré y caminé lentamente hacia el punto donde estaban mis amigos.  Debía caminar sin prisas, para mostrar que no tenía miedo. Finalmente salté la barda para salir del panteón y reunirse con mis  amigos.  Cumplí con todos y cada uno de los pasos del  juego.  
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Según nosotros así demostrábamos que no teníamos miedo.  Nos alternábamos para entrar al panteón y quedarse afuera.  Dos veces me tocó llamar al Diablo. No pasó nada, nunca apareció el mentado Diablo. Tampoco cuando acudió cuando lo llamaron mis amigos.  Obvio, la existencia del diablo es un  cuento.
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Otra noche caminaba solo por la banqueta fuera del panteón, iba de paso,  y me habló un señor  viejo y sucio que estaba en el interior del panteón.
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--¡Muchacho, muchacho! ¿Porque has llamado al diablo en el panteón? ¿Acaso no sabes que el panteón es un sitio exclusivo para los muertos?-- Me dijo desde atrás de la barda.
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Al Diablo no lo vas a encontrar entre nosotros, los muertos. No tiene sentido que él venga a pervertirnos, nosotros no tenemos la opción de pecar. No existe forma que él entre a nuestro interior, no tenemos alma, él únicamente habita en los vivos.
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El alma es el botín por el que pelean las fuerzas de Dios y las fuerzas del diablo. Por eso los muertos no interesamos ni al bien ni al mal.
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Los vivos no pueden reconocer a los muertos, por eso vienen al panteón solo a recordarlos, no intentan verlos. Pero vi que tú, una  vez,   viniste al panteón a buscar al diablo ¿Te animas a pasar? ¿Crees que soy un muerto o crees que soy el diablo? ¿Quieres pasar, muchacho?
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---Los muertos apestan y el diablo no existe — le contesté.  Pero los que creen que existe el diablo dicen que también apesta y ahorita no tengo ganas de olfatear  malos olores.  Usted apesta pero eso no significa que usted sea un muerto o el diablo. Dije esto  y me retiré.
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No existe el diablo, ni deambulan los muertos, pero existen locos siniestros.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Más allá del tiempo

Más allá del tiempo
Autor David Gómez Salas

En mi pasado sin adiós
atracó un no olvido
un siempre presente,
un alentador motivo.

Sin irse jamás, reapareció
 perpetuamente intensivo
¿Cómo no estar feliz,
por este afortunado arribo?

Sin rencores








SIN RENCORES
Autor David Gómez Salas, El jaguar
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Recuerdo bien aquel disparo que hizo al portón mi amigo Fernando Flores uno de los hermanos llamados "Los Rosareños"  aquel primero de enero de 1964.  Vi desmayarse al vaquero que minutos antes nos había amenazado pistola en mano. 
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Fernando(26 años), Roberto(24 años) y Felicito(22 años), eran tres hermanos que vivían en un rancho llamado "El Rosario" en el municipio de Cintalapa, Chiapas.  Eran personas dignas de ser figuras inventadas para una novela de acción.    
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En esa época también vivía en el rancho, como huésped, un aventurero que aprovechando que Cintalapa estaba aislada de México y el mundo, se presentaba como "Mickey Spillane" un escritor estadounidense famoso.  Era blanco, frente ancha, 1.7 metros de altura, complexión media y tenía como 40 años. 
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Ese año en el Palacio Municipal, arriba de la comandancia,  se celebró el baile de fin de año o año nuevo, es lo mismo. La fiesta inicia el 31 de diciembre y termina el primero de enero.  Asistimos al lugar armados.  
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En total llevaban cuatro pistolas y una escopeta. Yo tenía 14 años, lógicamente no tenía arma alguna.  "Los Rosareños" dejaron sus armas en el interior de su  Pick Up, pues estaba prohibido ingresar a la fiesta, portando un arma.  
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La policía revisaba a detalle a cada persona antes de cruzar la puerta de entrada y una vez que verificaba que la persona no portaba arma, autorizaba su ingreso. Era por una puerta que conducía a una escalera por la cual se accedía al salón  de eventos del gobierno municipal, ahí fue  la fiesta.
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A la una de la mañana, un amigo de los Rosareños ya con varios tragos puestos, tuvo un conflicto  con la policía y lo arrestaron. Los Rosareños no estaban dispuestos a que su amigo pasara  encarcelado la noche de fin de año, así que bajaron a la Comandancia para pedir que lo liberaran. Los policías les temían y lo liberaron con la condición que el borrachín no se quedara en la fiesta.   Los Rosareños se comprometieron a llevarlo a su casa.
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Fernando le pidió a  "Mickey Spillane" que llevara al amigo a su casa y me pidió que lo acompañara.  Acepté de inmediato, pues no sabía bailar y además en la fiesta no había mujeres de mi edad.   
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Subimos al problemático vaquero a la Pick Up, la cual  estaba estacionada en batería frente a la Comandancia, pero no podíamos salir porque al frente estaba el jardín de la plaza central y atrás de la Pick Up se encontraba un camión de tres toneladas, estacionado en doble fila, bloqueando la salida. 
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Una vez que subimos al borrachín a la Pick Up, regresamos a la fiesta y localizamos al propietario, el cual accedió a mover su camión.  El sujeto se dirigió a su camión abrió la puerta y saco de la guantera un revólver, giro hacia nosotros y puso el revólver en la nariz de "Mickey Spillane" y le dijo: a ver pinche gringo ¿Que vas hacer? no pienso mover mi camión y no vuelvas a joderme en la fiesta...
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Al ver y escuchar lo anterior, permanecí sin moverme, estaba parado a un lado de  "Mickey Spillane" el arma se encontraba a medio metro de mi rostro. 
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"Mickey Spillane", sin inmutarse, le contesto: Mira mariconcito te voy a quitar el arma y te voy a dar una madriza si  no mueves tu pinche camión. 
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En ese momento arribó Roberto y le dijo al sujeto: ¿Pues qué te traes cabrón, no sabes que son mis amigos?
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El tipo bajó el arma, subió a su camión y se retiro. Ya ni siquiera regresó a la fiesta.  Transportamos al borracho a su casa y cuando regresamos a la fiesta, aún estaba libre el espacio donde nos estacionamos la primera vez.
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La fiesta terminó a las seis de la mañana, todos estaban borrachos ― menos yo —no vendían bebidas alcohólicas a  menores. Tampoco podía beber si  me invitaban pues me habían advertido que si tomaba alcohol, aunque fuera poco,  la policía me sacaría de la fiesta. 
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Al concluir la fiesta, cerca de 25 rancheros de entre 20 y 40 años, empezaron a jugar en la calle a empujarse para ver que tan borrachos estaban y que tan fácil era derribar a un camarada.   Jugaban como niños, todos reían, todos caían y se levantaban, algunos caían juntos al empujarse y otros caían sin ser empujados, simplemente caían por correr borrachos. Todo esto sucedía frente a los policías que también se carcajeaban.  
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Yo me divertía viendo. Deseaba que mis amigos ganarán en aquel juego en donde nadie contaba el número de caídas y en consecuencia nadie podía saber con certeza quiénes acumulaban menor número caídas.
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Felícito se había quitado su chamarra de piel y con ella golpeó en la cara a un ranchero, lo hizo en forma de juego, pero olvidó que en la bolsa de la chamarra tenía una caja de balas, con la cual  lo lastimó en un ojo. El individuo reaccionó enojado corrió a su automóvil por su pistola y lo mismo hicieron otros cinco amigos que lo acompañaban. 
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Como el juego continuó entre los demás participantes "Los Rosareños" siguieron jugando sin percatarse que volvían al sito seis borrachos armados.  De pronto los seis hombres armados amenazaron a "Los Rosareños"  con sus pistolas y les gritaron que se iban a morir ahí mismo.
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Roberto,  Felícito y  "Mickey Spillane", sin armas, les hicieron frente. Roberto les advirtió que las armas se sacan para usarse porque si no las usaban se los iba llevar la chingada.  El valor de estos tres hombres sorprendió a los amenazantes rancheros y no dispararon de inmediato
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Fernando  sorprendió por atrás a uno de ellos y lo desarmó. Les dijo: Ahora sí, suelten sus armas o aquí no quedamos todos. 
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Los borrachos entregaron sus armas y "Los Rosareños" las  guardaron en su Pick Up. 
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Uno de los desarmados reaccionó y grito:
 ¡Lo peor que le pueden hacer a un hombre es desarmarlo, así que mejor mátenme! 
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Fernando sacó de la Pick Up una escopeta y el borracho se colocó en un zaguán con puerta madera, levantó los brazos —hizo "El Cristo"― y espero el balazo... Fernando disparó a puerta de madera un lado del valiente y este cayó desmayado.
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Se acabó la fiesta, todos nos fuimos a casa, hasta los policías. 
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La tarde del primero de enero,  Rosareños, Rosareñas —sus guapas hermanas―  "Mickey Spillane" y yo,  nos reunimos en el rancho "El Rosario" alrededor de un asador a platicar lo sucedido en la fiesta y a comer la carne asada que prepararon "Las Rosareñas". Después de las cuatro de la tarde fueron llegando uno a uno, los seis vaqueros desarmados; recogieron sus pistolas, tomaron unos tragos, comieron unos tacos y, entre risas y penas, todos nos dimos un abrazo.