sábado, 24 de enero de 2015

Milagro en mi huerto

Milagro en mi huerto
Autor David Gómez Salas
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Estaba en mi huerto, en el semidesierto,  conviviendo con mis árboles frutales sin hojas, era invierno. Cortaba algunas ramas que crecieron cruzadas por el centro del árbol, porque si no lo hacía, a futuro  estas ramas obscurecerían su interior cuando el árbol se vista con sus nuevas hojas.  A este tipo de poda, la llaman de aclareo, es buena para evitar que crezcan hongos al interior de la copa, en medio del follaje.
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En eso trabajaba el día que los árboles frutales me expresaron su cariño acariciando mi rostro y hombros, con sus ramas sin hojas. Recuerdo bien, eran las cuatro de la tarde, casi terminaba el riego de cuatrocientos árboles plantados en la zona norte. Empezó las muestra de afecto, el árbol de pera que habita al oriente de mi huerto, después se animaron los demás árboles.
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Anselmo, un halcón que vive con sus padres y hermanos en las márgenes del meandro que se encuentra al norte de mi parcela, me observaba volando en círculos a baja altura. Me conforta sentir su compañía y agradezco a él y su familia que vigilen el huerto para que no arriben los ratones y tras ellos, las serpientes.
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Así que solo fueron testigos de esta bella historia Anselmo y otras aves pequeñas que me brindan su amistad y me acompañan cuando voy al huerto.  Otros habitantes, como las codornices y los conejos, se van a los terrenos aledaños.
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La codornices son desconfiadas a pesar que ellas cosechan, implacables, las frutas de mi huerto, se retiran del huerto cuando estoy presente ¿Cómo decirles que no me molesta que coman la fruta?  Que no lo considero un robo, todo lo contrario,  aprecio que hagan compañía a mis árboles en mi ausencia  ¿Cómo pedirle que no huyan por mi presencia?
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Los conejos viven espantados, los comprendo. Ocasionalmente he visto que los persiguen los perros y personas que pasan por el camino.
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Por esta experiencia, concluyo que las peras y las manzana son más atrevidas que los ciruelos, duraznos y chabacanos. No me gusta llamar al árbol de pera, peral; tampoco me gusta  llamar al árbol de manzana, manzano.  Son plantas con hojas y flores muy femeninas.
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Cuando cortaba la ramas del centro de la copa de los árboles, pregunté a la pera ¿Acaso no te duele?  La pera movió sus blancas ramas, sin hojas, y acarició mis hombros aprobando que lo hiciera. Sentí sus mimos.
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Posteriormente caminé hacia otros árboles que había podado antes de la pera,  me acerqué a ellos y esta vez vencieron su timidez y me abrazaron.
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Las flores de manzana susurraron en mis oídos sus cantos de amor a la vida, son flores tempraneras osadas y atrevidas, que se apresuraron a nacer para cumplir la misión de preservar su especie. A pesar de estar conscientes que pueden perder la vida ante una helada o el granizo despiadado,  nacen.  Son sublimes ¿Cómo no comprenderlas y amarlas inmensamente?
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Los ciruelos, duraznos y chabacanos tienen la epidermis y corteza  leñosa, sus ramas son ásperas; pero es solo su textura exterior, su apariencia.  Bajo esa epidermis y corteza  duras,  tienen en su interior  tanto amor como los árboles de apariencia más delicada.  Es como el amor de los tímidos, intenso y contenido, buscando una forma de aflorar.
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Fue maravilloso lo que sucedió en mi huerto, un milagro dirían los algunos.
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Creo que así es la vida: Un milagro.

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